martes, 7 de mayo de 2019

NARRATIVA CHANCAYANA


COLÁN FALCÓN, Alberto

Nació el 4 de febrero de 1969 en la ciudad de Huaral.
Criado al lado de su abuela paterna fue ella quien influyó a que posteriormente se dedicara a escribir historias, cuentos y leyendas, pues, llegada la noche en la cocina de la casa y a la luz de las velas, su mamita Felicita (así le decía de cariño) con su voz quedita le contaba historias de duendes, fantasmas y de tesoros escondidos, que el niño Chacho acurrucadito en sus brazos escuchaba con mucha atención y que con el transcurrir de los años las recordaría y las plasmaría en sus publicaciones.

Estudió primaria en el Colegio “Luis Felipe Subauste del Rio” (Ex 421) y la secundaria en el colegio “Los Naturales”.

Apenas concluyó la secundaria se apasionó por los autos; postuló al SENATI  e ingreso en el área de mecánica automotriz.

En el año de 1988 el SENATI de Lima, realizó un concurso a nivel nacional en el área de Mecánica Automotriz, donde el joven Alberto obtiene el 1er Puesto.

Después de concluir satisfactoriamente sus estudios superiores, presenta sus documentos a la USE10 (Huaral) donde obtiene una plaza como profesor en el CEO publico Huaral.





“El Makatón”, deidad tutelar de los primeros habitantes del valle de Huaral, es un majestuoso cerro que se encuentra en la margen derecha del río Chancay.
Desde la cima contemplamos todo el valle huaralino y a lo lejos podemos ver el Océano Pacifico. Sobre las faldas del cerro, hay restos de viviendas y adoratorios precolombinos. Con la llegada de los conquistadores Incas y después la de los españoles, la ciudad desapareció. Algunos dicen, que los gentiles se enterraron vivos junto con sus tesoros.
Hoy en día subsiste una historia, que trata sobre un “Tapado” o “Entierro”.

Bueno les cuento:

“Víctor llegó a Huaral huyendo de la hambruna que asolaba su pueblo. Desamparado, anduvo errando por montes y quebradas, hasta el día que se topó con un paisano y le consiguió trabajo como jornalero, en la Hacienda La Huaca. Una tarde de estío, cuando se encontraba desherbando un pantano bajo la sombra del Makaton, sintió que el cerro empezaba a rugir y al levantar la mirada, vio que desde la cima venía rodando una enorme bola de fuego con dirección a él. Se ocultó tras la maleza y dejó que la bola de fuego continuara su camino. Al mismo tiempo notó que de los arbustos salían una pata con sus patitos, todos de colores vivos y reflejos dorados. Cuando la bola de fuego estuvo en el centro de la hondonada se puso a girar como si fuese un trompo, la pata y los patitos fueron a su encuentro y empezaron a dar vueltas alrededor del fuego…

Desde su escondite, el muchacho contemplaba el hermoso espectáculo y cuando advirtió que la bola de fuego se hubo extinguido y los patos abandonaban el agua, se lanzó tras ellos. Los animalitos al notar la presencia del extraño, trataron de escapar, pero un patito se enredo entre las ramas y Víctor aprovecho este momento para lanzarle su sombrero.
Cuando la noche llegó, mama pata dejo su guarida y se dirigió al lugar donde estaba su cría y al no poder liberarlo, derramó lágrimas de impotencia. El Makaton, conmovido por la escena, supo lo que tenía que hacer.

Antes del amanecer, Víctor decidió ir en busca del tesoro del pato dorado, presuroso llegó al lugar donde tenía a su rehén, levantó el sombrero y nada halló. Desesperado empezó a cavar… después de varios intentos, su lampa dio un golpe seco y descubrió la boca de un cántaro. Despejó los costados è intento sacarlo, pero algo se lo impedía, corrió el riesgo y rompió el cántaro. Se apartó del lugar para que no le dé la enfermedad del aire y esperó que el viento disipara el nocivo gas. Cuando hubo pasado el peligro, empezó a extraer uno a uno, los objetos de oro. Después de vaciar el cántaro, coloco en su interior chicha, coca y pan y lo volvió a enterrar…

Varios años después, de estos sucesos… sobre las faldas del makaton se empezó a construir un lugar de esparcimiento y el destino quiso que los trabajadores se toparan con la vasija de barro de esta historia. Hoy en día, el cántaro permanece en el mismo lugar que lo encontró Víctor. El propietario lo dejó allí con la intención de que todos los visitantes que acuden al Complejo Turístico, puedan admirarlo…


El SUEÑO DE UNA LOCA LINDA

En la época del virreinato, el vecino pueblo de Chancay, tenía el nombre de "Villa de Arnedo” nombre que le puso el virrey Diego López de Zúñiga y Velasco (Conde de Nieva), porque le recordaba una villa que tenía en España. Esta hermosa Villa, estaba ubicada entre el mar y una campiña grande de tierra labrantía; y desembocaba en una amplia bahía, que servía de resguardo o abrigo a las embarcaciones. Estas condiciones hicieron que la nobleza española, la utilizara como residencia de verano. Uno de los últimos ocupantes fue el virrey Amat y Junyet.
Muchos años después… el destino quiso que una de las descendientes de este virrey, llegase a vivir a la villa, ahora convertida en ciudad.
Consuelo llegó en compañía de su esposo y formaron una familia; pero la felicidad fue fugaz para esta joven mujer, porque un accidente automovilístico acabó con la vida de su querido Rómulo, dejándola con 6 hijos y en el más completo desamparo. El dolor que le causó la pronta partida del ser amado, sumió a la viuda en una profunda tristeza, dedicándose todo el tiempo a escribir poemas de amor, hasta que las necesidades económicas por las que atravesaba la familia la hicieron volver a la realidad.
Con el poco dinero que aún le quedaba, doña Consuelo compra un terreno lejos de la ciudad y cerca al mar; allí construye un pequeño hotel, al cual llamó: “Villa Madre Perla”. A unos pasos de dicho hotel se encontraba un acantilado y sobre él, edifica una pequeña “Casita Mirador”, para que sus huéspedes, con más comodidad vean el mar y de paso puedan ubicar el lugar donde fue hundido el buque chileno “La Covadonga”.
Al poco tiempo... el duro trabajo dio sus frutos y con las ganancias que producía el negocio del hotel, decide construir un castillo al estilo medieval al borde del acantilado, junto a la casita mirador. Después de cada día de arduo trabajo, -al caer el sol- sobre la mesita de noche, diseña los planos del castillo que había visto en sus sueños. Es así como a los pocos días empieza la construcción de su anhelado castillo y personalmente se pone a dirigir la obra.
La "loca linda” como fue bautizada doña Consuelo -por los chancayanos- hizo realidad su sueño, después de 10 años de arduo sacrificio.
En noches de luna llena, los pescadores de mar adentro, creen ver las siluetas de una pareja de enamorados, que cogidos de la mano caminan por la orilla del mar en dirección al castillo, suben luego por las escaleras a la torre más alta, donde muy juntos contemplan el horizonte marino. La tradición cuenta que la bella Consuelo construyó el castillo con la intención de perennizar en el tiempo todo el amor que le tuvo y/o le tiene a su querido Rómulo.


JESÚS PEBE, Fernando

Fernando J. Pebe.- bibliotecólogo y narrador de cuentos infantiles. En 1978 ganó los I Juegos Florales de la provincia de Huaral (Lima, Perú) con la colección: "Cuentos de Huaralín", publicada en 1999 por el Centro de Documentación de Literatura Infantil, CIDELI. Tiene varias obras inéditas como "El Tesoro de Makaton", "Cuentos y leyendas de Huaral", "Personajes huaralinos, en versión infantil", y "El Planeta de los valores".

Actualmente trabaja en la biblioteca técnica del SENATI de Lima, Perú. Casado y padre de 4 hijos.

LA PAMPA DEL INCA


Hace muchísimos años, los indígenas chancayanos reinaron por estos valles. Chancay era un reino laborioso y pacífico, donde su gente logró dominar los secretos de la agricultura, los tejidos y la cerámica. Dejando valiosos restos arqueológicos en todo él valle, como mudo testimonio de su presencia.
Cuenta la historia que los indios atavillos que vivían en los pueblos de la serranía. Un día decidieron invadir los prósperos valles de la costa central. Fue entonces que Kolán, el príncipe de los chancayanos preparó la defensa con mucha inteligencia y astucia, para detener a los poderosos atavillos.
Cuando bajaron de las alturas los belicosos guerreros atavillos se encontraron con una férrea defensa. Los invasores a pesar de tener mejores armamentos no pudieron tomar la ciudadela chancayana. El príncipe Kolán había mandado a preparar ingeniosas trampas que dieron excelentes resultados.
Dice la leyenda que los guerreros chancayanos guiados por el valeroso príncipe Kolán vencieron a los invasores. Durante la lucha lamentablemente murió el valiente caudillo costeño. Personaje que era muy querido por su pueblo.

Entonces su padre el rey decidió honrar su memoria. Para cumplir su deseo mandó a llamar a los mejores hechiceros, artesanos, médicos, tejedores y arquitectos del valle. El soberano ordenó construir una tumba real, donde nadie pudiera profanar él sueño eterno de su amado hijo. Los médicos de la corte momificaron el cadáver con resinas de plantas medicinales, que sólo ellos conocían. Los tejedores confeccionaron prendas de gasa, bordado con diseños de peces, aves y felinos. También tejieron un hermoso manto de algodón, pintado con tintes naturales y diseños geométricos, zoomorfos y antropomorfos. Todos los artistas del reino, entregaban lo mejor de su arte, en honor al valiente príncipe.

Los artesanos prepararon vistosas joyas de oro y plata. Las más hermosas doncellas se sacrificaron voluntariamente para servir al príncipe en el más allá. Y, los más valientes guerreros fueron elegidos por el propio rey para proteger el viaje del príncipe amado.
Cuentan que las hijas de un cacique, que estaban muy enamoradas del príncipe, suplicaron a un hechicero para que las convierta en muñecas de trapo. Y, pidieron ser atadas en la cintura del fardo funerario, para estar cerca de su amado príncipe y así poder acompañarlo en su viaje hacia el reino de la eternidad.

Los arquitectos construyeron una tumba a prueba de saqueadores. El cadáver del príncipe Kolán fue hermosamente ataviado, lucia majestuoso, rodeado de su real séquito funerario. Los hechiceros prepararon sus ritos y magias. Dotaron de poderes a un perro negro sin pelos y lo colocaron en la entrada, como guardián de la tumba. A las hermanas enamoradas la convirtieron en muñecas de trapo tal como era su deseo. Le pintaron el rostro con extraños símbolos mágicos, y fueron amarradas en la cintura del fardo funerario, para proteger el sueño del amado príncipe.

Dicen los antiguos pobladores que la tumba del príncipe Kolán, está ubicado en la zona que hoy se conoce como la pampa del inca (Quepepampa), donde todavía se puede ver la silueta del príncipe dormido.

EL FANTASMA DEL CAMPANARIO (Leyenda).-


Las campanadas del ángelus, lentas y sonoras, se extendían en la lejanía, como largas serpiente, que huyendo del viejo campanario de San Francisco, parecía ir a refugiarse entre los cerros vecinos, envueltos ya en las primeras sombras de la noche. Un misterioso temor se apoderaba de los vecinos, los que agrupaban a sus pequeñuelos, les hacían rezar fervorosamente, y a poco quedaba el pueblo, sumido en el más profundo silencio. Había razón para esto, pues, nadie quería ver al “FANTASMA DEL CAMPANARIO” como todos le llamaban a un espectro que cada cierto tiempo aparecía en la vieja iglesia situada en un barrio famoso por las “penas” y “duendes” que hacían de las suyas en las noches oscuras y aún en las iluminadas por la luna. Algunos decían que era una sombra negra, larguísima y con ojos fosforescentes. Otros más audaces, esperando sorprenderle habían acechado de cerca, decían que el fantasma aparecía envuelto en una vestidura de fraile, rematada por aguda cofia, y con la cara de una calavera descarnada.
Cierto día llegó al pueblo un vagabundo, un norteño; uno de esos seres que el azar lleva por doquier, y que habiendo sufrido toda clase de percances, ya nada les arredra.
Enterado de la existencia del fantasma y del terror que inspiraba en la población y sus contornos, no tardó en notificar a los vecinos, que pensaba liberarle de tal tormento.
Los chancayanos le ofrecieron una buena recompensa, y allá fue nuestro héroe, a cumplir con su misión de verificar quién era el extraño personaje.
Algo nervioso por las alharacas y anuncios, llenose los bolsillos de coca, se proveyó de cigarros, ciñó a la cintura su puñal de hojas de olivo, y fue a sentarse al campanario, precisamente al pie de la campana que acostumbraba sonar con tanto misterio.
Esa tarde, fue encargado a tocar el ángelus; cuando sonó la campana, todos se estremecieron pensando en que el valiente norteño, marchaba a una muerte segura, y numerosas preces subieron al cielo por él.
Dieron las once de la noche y nuestro amigo estaba tan entretenido en chacchar sus hojas, que hasta había olvidado la misión.
Dieron las doce y nada turbó su tranquilidad.
A la una, un ruido lento e intermitente le hizo despabilar y al ponerse en pie, una masa oscura saltó rápidamente desde la campana mayor a su cuelo, y sintió que se hundía en sus carnes, unas uñas agudas.
El fantasma se mostraba muy agresivo.
Como pudo se llevó las manos al cuello y agarró una cosa peluda; luego se escuchó unos bufidos ahogados, era un gato que andaba a caza de pichones en la torre.
Al alba, llegaron los vecinos y encontraron al guapo, dormido con una bocanada de coca intacta, muchas colillas de cigarros esparcidos y un hilillo verdoso que se deslizaba desde la boca semiabierta del temerario desafiante del fantasma.
Le creyeron muerto y apenas si se atrevían a llamarle, cuando uno de ellos vio huellas de sangre y no pudo contener un grito que le despertó.
Envalentonado les saludó, contó sus aventuras y afirmó que aquello del fantasma no pasaba de ser un embuste.
La segunda noche, arrojó unos cuantos aguijonazos de los zancudos, graznidos de los búhos que vivían por allí cerca, y doble ración de coca.
La tercera fue la sensacional.
A las doce más o menos, sintióse adormecido por las dos vigilias y se recostó en un ángulo de la torre.
Espesa niebla marina circundaba la vetusta mole del templo, humedeciendo las campanas que empezaron a destilar gotas de agua.
De pronto, una sombra negra avanzó hasta el centro de la torre, y levantando un brazo tocó la campana menor que dejó oír un quejido lúgubre, penetrante y lento como el dolor.
El guardián abrió los ojos, y pudo contemplar a la misteriosa sombra que empezaba a descender de las escaleras.
Se sintió como clavado en el suelo, pero el temor de perder de vista al aparecido, le impulsó y levantándose, lo siguió con los dientes apretados, las manos agarrotadas con el puñal y las piernas vacilantes.
La sombra, se internó por una arcada derruida y se dirigió a la puerta de la sacristía donde se detuvo como a esperar a su seguidor, que avanzaba temeroso, hasta que estuvieron muy cerca.
¡Oh! sorpresa, era un monje lívido, con ojos profundos, envuelto en negra caperuza terminada en agua cofia. Se contemplaron un momento hasta que el valeroso guardián cobrando valor, abrió los brazos en cruz y dijo recostándose a la pared.
¡Si eres de esta vida, retírate y no vuelvas a este lugar, y si eres de la otra, yo te conjuro en nombre de Dios, para que me digas qué quieres....!
Profundo silencio siguió a estas palabras.
A poco, la sombra se movió y con voz que parecía salir del sepulcro, le dijo:
- ¡Ven ayúdame...! (y se internó en la sacristía extrañamente alumbrada).
El guardián le siguió valientemente y pudo ver en esa semipenumbra, que el monje se vestía para hacer misa.
En eso pasó cerca y le mostró el incensario lleno de brillantes brasas, que tuvo que coger y marchar tras él, obedeciendo no a su voluntad sino a un extraño impulso.
Llegaron hasta el altar mayor en cuyo centro se detuvo la sombra.
El monje había comenzado a celebrar la santa misa; un clamor inmenso y sordo se escuchaba en la nave del templo.
A la luz moribunda de la lámpara del Santísimo Sacramento, se veía una apiñada y enlutada concurrencia, que hacía coro a los murmullos gangosos del sacerdote.
Por fin la sombra, abandonó el altar, entró en la sacristía, se despejó de las vestiduras rituales y nuevamente tomó el camino del campanario, seguido del valeroso guardián que ha había perdido el miedo.
Cuando llegaron, el monje sacando una mano descarnada, tocó nuevamente la campana que volvió a exhalar un quejido fúnebre en medio de la noche, y dijo a su acompañante:
- Gracias, alma buena, tu valor me ha salvado.
Estaba condenado a llamar eternamente con esta campana, a alguien que viniera ayudarme a celebrar las misas que en vida dejé de celebrar, habiéndoseme pagado para hacerlo.
- ¡Estoy salvado...!
- ¡Gracias en nombre de Dios...1
Las vestiduras del monje se habían tornado blanquísimas y ahora toda su figura tenía un halo fulgurante.
La transfiguración tuvo la brevedad de un relámpago y luego la visión se esfumó, mientras a lo lejos resonaba el canto del gallo anunciando la madrigada.
Nuestro hombre bajó asustado del campanario.
Había sentido miedo en ese instante por primera vez en su vida.
Al día siguiente, contó lo ocurrido a los vecinos.
Todos le felicitaron por su temerario valor, y desde entonces, no se escuchó más, el quejido de la campana, ni se volvió a ver la sombra misteriosa del fantasma del campanario.

LAS MEDIAS RECORTADAS (Cuento).


En horas que su mamá estaría haciendo formar a sus alumnos y yo terminaba de anudarme mi corbata ploma, Rita, nuestra hija menor, se presentó agitada por su apresuramiento. Regresaba de su escuela no por algún útil escolar que hubiese olvidado, sino a cambiarse de uniforme. El de diario que llevaba puesto, por el de gala: falda gris, casaca verde, igual que la boina, blancos los zapatos y las medias cortas, y un corbatín negro. Era una orden – según me dijo de su señorita Adriana: debería asistir al sepelio de la abuelita de Aurora, su allegada compañera de aula.
Como conocedor de mi hija, yo comprendía que no se traba de una exigencia de su profesora. A no dudar, Rita fue la primera en levantar la mano en señal de estar dispuesta a mudarse de uniforme de inmediato...por eso, veloz habría cruzado el puente del cequión y también el crucero de Cahuas y Luis Colán.
Era la hora en que debería hacer cerrado la puerta de nuestro domicilio, el mismo donde Rita vio la primera luz del día; ubicado cerca de la Plaza de Armas y con el peligro de los carros que regresaban de retes a la Esperanza Baja. Y yo iba a llegar tarde a la oficina....me detuvo y trató de que accediera, acudiendo a su inapelable recurso:
- Te doy un beso y no me digas no quiero...........
Me puso cara de angelito, de niña que no quiebra un plato y yo a ella una de sujeto contrariado. Mientras discutimos, el minutero de mi reloj pulsera avanzaba más rápido que nunca...cuánto traté de persuadirla.
- No hijita....mejor es que por el teléfono de nuestra vecina te excuse ante tu profesora.
Muy puesta en orden, con las manos y gesto de domadora que viéramos en el circo, me repuso.
- No, papá. La excusa es cuando uno va tarde; pronto unifórmame y péiname...no te gustaría que, si te mueres, las niñas de “El Hogar Infantil” no fuesen a tu entierro....
¡Qué respuesta más cruel y convincente!....La verdad, con este argumento me sentí domado.......Bajando el tono le dije:
- En la cartera de mamá, busca las llaves del ropero; tú ve la forma de uniformarte.
Raudo llegué a mi trabajo. Firmé mi entrada después de una línea roja. A ratos me sentí intranquilo...Me imaginaba una puerta mal cerrada y una chiquilla uniformada a la diabla.
Retorné a casa después de las cinco de la tarde y hallé a mi señora preocupada, confundida.
Había encontrado hecho un pandemonio el alto ropero que heredó de su madre. Le expliqué:
- No es un robo...La abuela de una alumna ha muerto...Rita misma se ha uniformado.
- ¿Con qué medias habrá ido? – se preguntó la mamá, a la vez que se uso a colocar todo en su sitio, notando la falta de un par de medias largas.
Descubrí, debajo de la cama dos pedazos de medias blancas y en la mesa de noche una tijera, como arma filuda de recorte.
Alegre me dije: quien soluciona los inconvenientes que se le presentan, es persona inteligente. Me sentí indudablemente orgulloso.
Cuando Rita retornó de su plantel, ninguno de los dos se atrevió a reprenderla...Los tres nos miramos y nos sonreímos. En el comedor nos hizo presente que fue la mejor uniformada, y que por ello le designaron para que llevara un ramo de rosas blancas.
En ese día luctuoso y de medias recortadas nació su espíritu de solidaridad humana.

TACHICUY (Cuento).-


Ella había llegado desde la lejana tierra de Huallanca, allá por la provincia de “Dos de Mayo” en el departamento de Huánuco; tenía sus reales, y era de fama que se reunía con muy pocas personas, por lo que miraba por encima del hombro.
“La Shuyana” por muy palangana. ¡Se las da de mucho! !No es más que una chola pestífera que no come por guardar plata!
Esto y otras cosas más amargas decían de la india que vivía en los terrenos de “La Viña” como quien va a la hacienda Chancayllo, a poca distancia de Chancay, siguiendo lo que es hoy la pista Panamericana.
En efecto “Shuyana”, vivía extrañamente sola, trabajaba una cuartilla de tierra, y nunca aceptó requerimientos amorosos. Allá en Huallanca, había querido con toda su alma a un cholo mostrenco, llegado de Huánuco y aprovechando el camote que le tenía la india empezó a malgastar los soles y las lianas de oro que ella había atesorado.
Una tarde se lo trajeron mal herido y agonizante, tenía tres machetazos en el cuerpo. Se los dio un marido que lo sorprendió saliendo de su choza a altas horas de la noche. “Shuyana” sintió tanta pena por su hombre, que liquidando sus intereses se dirigió a la costa, con miras de llegar a Lima, pero le agradó tanto el clima y las aguas de Chancay, que allí se quedó por un tiempo que ya se hacía largo.
Por esta razón, no aceptaba hombres y hacía doloroso culto de la memoria a su Florencio que para ella no había muerto: Le hablaba cuando entraba a las habitaciones; los días domingos le ponía plato en la mesa, y hasta una almohada en su lecho, como si Florencio tuviera que venir a acostarse.
Muchas misas ofreció el cura en la iglesia de San Francisco, para el muerto vivo de “Shuyana”, pues la seuda viuda era una buena cristiana.
Por aquel entonces, llegó a Chancay, (sabe Dios de dónde), un vagabundo con fama de malhechor, a quien todos apodaban el “Loco Lino” o el “Tío Lino”.
Muchas fueron las veces que este personaje intentó conquistar el corazón de la chola, pero como todos, tropezó con la fría indiferencia de una estatua de hielo, cosa que todos perdonaron menor él, que siempre pensó en la venganza.
Cierto día que “Loco Lino” estaba muy necesitado de dinero, planeó robarle a la “Shuyana”, asaltando su casa ya que vivía enteramente sola y la halló en el campo. La casa era tentadora y fácil, no había perros ni vecinos cercanos.
Como lo pensó lo hizo, pero al llegar al rancho de “La Viña” vio la casa iluminada, y se acercó sigilosamente pudiendo comprobar que estaba llena de personas que en tono a una mesa espléndidamente servida comían, fumaban, reían y conversaban ruidosamente.
Sin duda es el santo de la chola (pensó) y se emboscó por allí cerca con la esperanza de que más tarde, se marchasen, pero al volver, estaban allí todavía y divirtiéndose.
Urgido por el dinero se alejó maldiciendo, y de pronto entre la sombra se dio cuenta de que estaba cerca de otro rancho, conocido por él. Vivía allí un viejo pescador anconero que ya había colgado las redes para dedicarse a la chacra. Tenía una niña de unos doce años y un niño de unos seis años.
Amanecía casi, cuando “Lino” lo vio salir con dirección al pueblo a sus quehaceres y pensó al instante, asaltar a los chicos, y robar algún dinero del que necesitaba con suma urgencia. Así lo hizo, y cuando interrogaba a la niña que lloraba asustada, repitiendo que su padre no tenía ningún dinero, alterada le dijo: “No me vayas a matar Tío Lino”. El hombre al verse descubierto, pues la chica lo había reconocido, no tuvo más remedio que matarla apretando el cuello entre sus brutales manos, y luego se dedicó a buscar al pequeño para ultimarlo pero se había escondido, de tal suerte que no pudo hallarlo y temiendo a la luz que ya se echaba encima, salió corriendo para internarse entre el bosque que rodeaba esos lugares.
Ya de día, la pobre criatura echó a correr hacia el pueblo a buscar a su padre; al no hallarlo, dio aviso a las gentes y éstas a las autoridades que acudieron en busca del asesino, no siéndoles difícil capturarlo, pues no creía haber sido denunciado tan pronto.
Una vez preso fue obligado a declarar diciendo que él, a quien había querido matar, había sido a la “Shuyana” para robarle, pero no lo había hecho porque a esa hora estaba celebrando una fiesta en su casa.
Interrogada la “Shuyana” declaró que ella no había celebrado fiesta alguna, y que a esas horas estaba durmiendo en su casa, pero “Lino” afirmaba lo contrario. Tan candente se tornó la cuestión que al fin la india llevando en secreto a la autoridad confesó que ella practicaba el “Tachicuy”.
Como el juez no comprendiera semejante cosa. “Shuyana” continuó: Todos los años Señor Juez, por el día de los Fieles Difuntos, que ha sido ayer, acostumbro servir una mesa para parientes, conocidos y amigos que en vida me quisieron, esa es una costumbre muy común allá en Huallanca. Pongo allí los platos que ellos prefirieron en vida, sus bebidas, sus cigarros, frutas y postres que más le gustaron. Porque en ese día ellos venían a comer y beber como cuando estuvieron vivos.
Estoy segura de que anoche, eran ellos, allí estaría mi Florencio también, a él le gustaban mucho las papas sancochadas con ají aderezado, y le puse un buen plato para él solo.
- De modo que eran sus muertos los que estaban allí anoche, ¿verdad?.
- Sí, señor juez, eran ellos.
- ¿Cómo dice Ud.?
- Sí, señora. Este hombre fue a matarla para robarle y no pudo hacerlo por la presencia de esas personas a quien Ud. invitó.
- ¡Dios mío!...! Gracias! (dijo emocionada Shuyana). Ellos vinieron desde allá para salvarme. Por toda mi vida seguiré practicando el “Tachicuy”. 



MONTALVO CORTEZ, Jorge.

LEYENDA...LA BRUJA DE CHANCAY


Cuenta la leyenda que el comando Chileno dueño del litoral peruano con la caída del "HUÁSCAR".
Había una causa y muy poderosa para esta visita de los Chilenos pues días antes "LA COVADONGA" vieja goleta Chilena había sido hundida por un torpedo disfrazado, fabricado por un grupo de Chancayanos entre los que se cita a Manuel Cuadros y otro de apellido Negreiros ayudados por el teniente Oyague. Los Chilenos venían a vengarse, y pronto la población aterrorizada, se estremecía bajo el bombardeo sin respuesta, sin embargo lo peor no había pasado.
Tampoco se hizo esperar mucho tiempo, y allá fueron las hordas de desembarco, ansiosas de saqueo, incendio y exterminio.
Entre tanto la población, presa del pánico y de la desesperación, sin más esperanza que su fe en Dios, llenaba los tres templos de la Villa de Arnedo, elevando rogativas para que el furor del enemigo se humanizara. ¡Madre nuestra de los Dolores, apiádate de tu pueblo!
La Virgen los Dolores, tradicional y milagrosa imagen de nuestra Madre Celestial, con esa dulce y tristísima expresión que cautiva los corazones, parecía consolar a sus devotos, prometiéndoles velar por ellos en tan difícil situación.
En efecto, el día fijado por los invasores para el desembarco, amaneció nublado, tan nublado que apenas se veía un metro más allá de las cubiertas de los barcos.
La salida del sol no pudo disipar la espesa cortina de neblina, causando la desesperación de los marinos; el día siguiente fue tan oscuro como el anterior y tanto más los que vinieron y ya era casi una semana.
Catalejo en mano, los jefes Chilenos trataban de penetrar las brumas, pero... ¡oh, sorpresa!, allí mismo, casi a la borda, todos pudieron ver entre la neblina, una sombra oscura que se movía de un lado a otro, entre ellos y la costa. Era una mujer vestida con negro manto y con una corona que lanzaba destellos de oro y plata.
Cristianos al fin, aunque endurecidos por el crimen de la guerra reconocieron que lo que aparecía ante sus ojos, era la imagen de la Virgen María que les cerraba el paso flotando sobre las aguas y entre la blanca bruma, como si paseara triunfante sobre las nubes del cielo.
Enfurecidos los chilenos gritaron todos:
-¡es la bruja!- ¡fuego con ella!-¡matemos a la bruja que no nos deja desembarcar!
Y disparaban llenos de temor y odio, mientras en tierra los poblados se asombraban del prodigio y colmaban el templo, dando gracias a la santísima Madre de Dios, cuya imagen como otra prueba del milagro, mostraba la parte inferior de su manto húmedo y cubierto de arena.
Lentamente el mar se fue despejando y los Chilenos a pocos días pudieron desembarcar furiosos por la jugarreta de la Bruja y decididos a buscarla y hacerla pedazos, la buscaron pero no la hallaron en  ninguna de las Iglesias a pesar que se esmeraron en la búsqueda y no la encontraron porque sus devotos la habían escondido en una de las casa de la plaza de armas, sin pensar que los soldados acamparían en la misma plaza y al no encontrar a la Virgen en los templos buscarían en las casas.
Los chilenos buscaron de casa en casa hasta que golpearon a culatazos la puerta, detrás de la cual se encontraba apenas cubierta y mal disimulada la imagen de la Dolorosa. Revisaron la casa de pies a cabeza pero al salir pasaron de largo sin ver a la virgen que estaba al alcance de sus manos. Todos cayeron al piso con lágrimas de emoción.
Pero tomaron la decisión de sacar a la Santísima Virgen por que los chilenos volverían.
Sacaron la imagen en un burro bien cubierta y haciéndole la señal de la cruz, pasaron por las narices de los soldados pero parecían no ver el grupo que estaba sacando a la Virgen.
La llevaron a la hacienda de Torre Blanca donde fue puesta fuera de peligro.
La búsqueda de la Bruja continúo por todo el pueblo pero no pudo ser hallada. Gracias a este milagro, Chancay conserva como uno de sus más grandes tesoros, la efigie de la Reina del Cielo, a quien todos llaman "LA DOLOROSA" o "LA BRUJA DEL MAR" como la llamaron los chilenos en esa infausta época de la Guerra del Pacífico y que es desde entonces considerada la PROTECTORA del pueblo de CHANCAY.
Y es por eso que Chancay guarda especial veneración a nuestra divina Protectora.

No hay comentarios:

Publicar un comentario